Luz en mi sendero, domingo 24 de marzo de 2024. Domingo de Ramos, en la Pasión del Señor.

Saludos de los PP. Alvaro Sáenz Zúñiga y Miguel Picado Gatjens.

El Mesías, que se someterá al dolor para salvar a muchos, entra glorioso en Jerusalén. Es claro que su meta no es el éxito, tiene en mente más bien el fracaso, la humillación, la traición, la negación, la cruz, la sepultura. Él se deja humillar, pero Dios, su Padre, lo devolverá a su gloria y le concederá el Nombre-sobre-todo-nombre. Porque es el Mesías de Dios, el Redentor.

Las lecturas de hoy:

Libro de Isaías 50,4-7.

El mismo Señor me ha dado una lengua de discípulo, para que yo sepa reconfortar al fatigado con una palabra de aliento. Cada mañana, él despierta mi oído para que yo escuche como un discípulo.

El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban y mis mejillas, a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían.

Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado.

Salmo 22(21),8-9.17-18a.19-20.23-24.

R. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?

  • Los que me ven, se burlan de mí,
  • hacen una mueca y mueven la cabeza, diciendo:
  • «Confió en el Señor, que Él lo libre;
  • que lo salve, si lo quiere tanto.» R.

  • Me rodea una jauría de perros,
  • me asalta una banda de malhechores;
  • taladran mis manos y mis pies.
  • Yo puedo contar todos mis huesos. R.

  • Se reparten entre sí mi ropa
  • y sortean mi túnica.
  • Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
  • tú que eres mi fuerza, ven pronto a socorrerme. R.

  • Yo anunciaré tu Nombre a mis hermanos,
  • te alabaré en medio de la asamblea:
  • «Alábenlo, los que temen al Señor;
  • glorifíquenlo, descendientes de Jacob;
  • témanlo, descendientes de Israel.» R.

Carta de San Pablo a los Filipenses 2,6-11.

Jesucristo, que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz.

Por eso, Dios lo exaltó y le dio el Nombre que está sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús, se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos, y toda lengua proclame para gloria de Dios Padre: “Jesucristo es el Señor”, para gloria de Dios Padre.

Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, según San Marcos 14,1-72.15,1-47.

Faltaban dos días para la fiesta de la Pascua y de los panes Acimos. Los sumos sacerdotes y los escribas buscaban la manera de arrestar a Jesús con astucia, para darle muerte. Porque decían: “No lo hagamos durante la fiesta, para que no se produzca un tumulto en el pueblo”.

Mientras Jesús estaba en Betania, comiendo en casa de Simón el leproso, llegó una mujer con un frasco lleno de un valioso perfume de nardo puro, y rompiendo el frasco, derramó el perfume sobre la cabeza de Jesús.

Entonces algunos de los que estaban allí se indignaron y comentaban entre sí: “¿Para qué este derroche de perfume? Se hubiera podido vender por más de trescientos denarios para repartir el dinero entre los pobres”. Y la criticaban.

Pero Jesús dijo: “Déjenla, ¿por qué la molestan? Ha hecho una buena obra conmigo. A los pobres los tendrán siempre con ustedes y podrán hacerles bien cuando quieran, pero a mí no me tendrán siempre. Ella hizo lo que podía; ungió mi cuerpo anticipadamente para la sepultura. Les aseguro que allí donde se proclame la Buena Noticia, en todo el mundo, se contará también en su memoria lo que ella hizo”.

Judas Iscariote, uno de los Doce, fue a ver a los sumos sacerdotes para entregarles a Jesús. Al oírlo, ellos se alegraron y prometieron darle dinero. Y Judas buscaba una ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?”.

El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’. El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario”.

Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.

Al atardecer, Jesús llegó con los Doce.

Y mientras estaban comiendo, dijo: “Les aseguro que uno de ustedes me entregará, uno que come conmigo”. Ellos se entristecieron y comenzaron a preguntarle, uno tras otro: “¿Seré yo?”. El les respondió: “Es uno de los Doce, uno que se sirve de la misma fuente que yo. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él, pero ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre será entregado: más le valdría no haber nacido!”.

Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo”. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos.

Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.

Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos. Y Jesús les dijo: “Todos ustedes se van a escandalizar, porque dice la Escritura: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas. Pero después que yo resucite, iré antes que ustedes a Galilea”.

Pedro le dijo: “Aunque todos se escandalicen, yo no me escandalizaré”.

Jesús le respondió: “Te aseguro que hoy, esta misma noche, antes que cante el gallo por segunda vez, me habrás negado tres veces”.

Pero él insistía: “Aunque tenga que morir contigo, jamás te negaré”. Y todos decían lo mismo.

Llegaron a una propiedad llamada Getsemaní, y Jesús dijo a sus discípulos: “Quédense aquí, mientras yo voy a orar”.

Después llevó con él a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir temor y a angustiarse. Entonces les dijo: “Mi alma siente una tristeza de muerte. Quédense aquí velando”. Y adelantándose un poco, se postró en tierra y rogaba que, de ser posible, no tuviera que pasar por esa hora. Y decía: “Abba -Padre- todo te es posible: aleja de mí este cáliz, pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.

Después volvió y encontró a sus discípulos dormidos. Y Jesús dijo a Pedro: “Simón, ¿duermes? ¿No has podido quedarte despierto ni siquiera una hora? Permanezcan despiertos y oren para no caer en la tentación, porque el espíritu está dispuesto, pero la carne es débil”.

Luego se alejó nuevamente y oró, repitiendo las mismas palabras. Al regresar, los encontró otra vez dormidos, porque sus ojos se cerraban de sueño, y no sabían qué responderle.

Volvió por tercera vez y les dijo: “Ahora pueden dormir y descansar. Esto se acabó. Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los pecadores. ¡Levántense! ¡Vamos! Ya se acerca el que me va a entregar”.

Jesús estaba hablando todavía, cuando se presentó Judas, uno de los Doce, acompañado de un grupo con espadas y palos, enviado por los sumos sacerdotes, los escribas y los ancianos. El traidor les había dado esta señal: “Es aquel a quien voy a besar. Deténganlo y llévenlo bien custodiado”.

Apenas llegó, se le acercó y le dijo: “Maestro”, y lo besó.

Los otros se abalanzaron sobre él y lo arrestaron.

Uno de los que estaban allí sacó la espada e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja.

Jesús les dijo: “Como si fuera un bandido, han salido a arrestarme con espadas y palos.

Todos los días estaba entre ustedes enseñando en el Templo y no me arrestaron. Pero esto sucede para que se cumplan las Escrituras”.

Entonces todos lo abandonaron y huyeron.

Lo seguía un joven, envuelto solamente con una sábana, y lo sujetaron; pero él, dejando la sábana, se escapó desnudo.

Llevaron a Jesús ante el Sumo Sacerdote, y allí se reunieron todos los sumos sacerdotes, los ancianos y los escribas.

Pedro lo había seguido de lejos hasta el interior del palacio del Sumo Sacerdote y estaba sentado con los servidores, calentándose junto al fuego.

Los sumos sacerdotes y todo el Sanedrín buscaban un testimonio contra Jesús, para poder condenarlo a muerte, pero no lo encontraban. Porque se presentaron muchos con falsas acusaciones contra él, pero sus testimonios no concordaban.

Algunos declaraban falsamente contra Jesús: “Nosotros lo hemos oído decir: ‘Yo destruiré este Templo hecho por la mano del hombre, y en tres días volveré a construir otro que no será hecho por la mano del hombre'”. Pero tampoco en esto concordaban sus declaraciones.

El Sumo Sacerdote, poniéndose de pie ante la asamblea, interrogó a Jesús: “¿No respondes nada a lo que estos atestiguan contra ti?”. El permanecía en silencio y no respondía nada. El Sumo Sacerdote lo interrogó nuevamente: “¿Eres el Mesías, el Hijo de Dios bendito?”.

Jesús respondió: “Sí, yo lo soy: y ustedes verán al Hijo del hombre sentarse a la derecha del Todopoderoso y venir entre las nubes del cielo”.

Entonces el Sumo Sacerdote rasgó sus vestiduras y exclamó: “¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Ustedes acaban de oír la blasfemia. ¿Qué les parece?”. Y todos sentenciaron que merecía la muerte. Después algunos comenzaron a escupirlo y, tapándole el rostro, lo golpeaban, mientras le decían: “¡Profetiza!”. Y también los servidores le daban bofetadas.

Mientras Pedro estaba abajo, en el patio, llegó una de las sirvientas del Sumo Sacerdote y, al ver a Pedro junto al fuego, lo miró fijamente y le dijo: “Tú también estabas con Jesús, el Nazareno”. El lo negó, diciendo: “No sé nada; no entiendo de qué estás hablando”. Luego salió al vestíbulo.

La sirvienta, al verlo, volvió a decir a los presentes: “Este es uno de ellos”. Pero él lo negó nuevamente. Un poco más tarde, los que estaban allí dijeron a Pedro: “Seguro que eres uno de ellos, porque tú también eres galileo”. Entonces él se puso a maldecir y a jurar que no conocía a ese hombre del que estaban hablando.

En seguida cantó el gallo por segunda vez. Pedro recordó las palabras que Jesús le había dicho: “Antes que cante el gallo por segunda vez, tú me habrás negado tres veces”. Y se puso a llorar.

En cuanto amaneció, los sumos sacerdotes se reunieron en Consejo con los ancianos, los escribas y todo el Sanedrín. Y después de atar a Jesús, lo llevaron y lo entregaron a Pilato.

Este lo interrogó: “¿Tú eres el rey de los judíos?”.

Jesús le respondió: “Tú lo dices”.

Los sumos sacerdotes multiplicaban las acusaciones contra él. Pilato lo interrogó nuevamente: “¿No respondes nada? ¡Mira de todo lo que te acusan!”.

Pero Jesús ya no respondió a nada más, y esto dejó muy admirado a Pilato.

En cada Fiesta, Pilato ponía en libertad a un preso, a elección del pueblo. Había en la cárcel uno llamado Barrabás, arrestado con otros revoltosos que habían cometido un homicidio durante la sedición. La multitud subió y comenzó a pedir el indulto acostumbrado.

Pilato les dijo: “¿Quieren que les ponga en libertad al rey de los judíos?”. El sabía, en efecto, que los sumos sacerdotes lo habían entregado por envidia. Pero los sumos sacerdotes incitaron a la multitud a pedir la libertad de Barrabás.

Pilato continuó diciendo: “¿Qué debo hacer, entonces, con el que ustedes llaman rey de los judíos?”.

Ellos gritaron de nuevo: “¡Crucifícalo!”.

Pilato les dijo: “¿Qué mal ha hecho?”.

Pero ellos gritaban cada vez más fuerte: “¡Crucifícalo!”.

Pilato, para contentar a la multitud, les puso en libertad a Barrabás; y a Jesús, después de haberlo hecho azotar, lo entregó para que fuera crucificado.

Los soldados lo llevaron dentro del palacio, al pretorio, y convocaron a toda la guardia. Lo vistieron con un manto de púrpura, hicieron una corona de espinas y se la colocaron. Y comenzaron a saludarlo: “¡Salud, rey de los judíos!”. Y le golpeaban la cabeza con una caña, le escupían y, doblando la rodilla, le rendían homenaje.

Después de haberse burlado de él, le quitaron el manto de púrpura y le pusieron de nuevo sus vestiduras. Luego lo hicieron salir para crucificarlo.

Como pasaba por allí Simón de Cirene, padre de Alejandro y de Rufo, que regresaba del campo, lo obligaron a llevar la cruz de Jesús. Y condujeron a Jesús a un lugar llamado Gólgota, que significa: “lugar del Cráneo”. Le ofrecieron vino mezclado con mirra, pero él no lo tomó. Después lo crucificaron. Los soldados se repartieron sus vestiduras, sorteándolas para ver qué le tocaba a cada uno.

Ya mediaba la mañana cuando lo crucificaron. La inscripción que indicaba la causa de su condena decía: “El rey de los judíos”. Con él crucificaron a dos ladrones, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Los que pasaban lo insultaban, movían la cabeza y decían: “¡Eh, tú, que destruyes el Templo y en tres días lo vuelves a edificar, sálvate a ti mismo y baja de la cruz!”. De la misma manera, los sumos sacerdotes y los escribas se burlaban y decían entre sí: “¡Ha salvado a otros y no puede salvarse a sí mismo! Es el Mesías, el rey de Israel, ¡que baje ahora de la cruz, para que veamos y creamos!”. También lo insultaban los que habían sido crucificados con él.

Al mediodía, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde; y a esa hora, Jesús exclamó en alta voz: “Eloi, Eloi, lamá sabactani”, que significa: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”.

Algunos de los que se encontraban allí, al oírlo, dijeron: “Está llamando a Elías”. Uno corrió a mojar una esponja en vinagre y, poniéndola en la punta de una caña le dio de beber, diciendo: “Vamos a ver si Elías viene a bajarlo”.

Entonces Jesús, dando un gran grito, expiró.

El velo del Templo se rasgó en dos, de arriba abajo.Al verlo expirar así, el centurión que estaba frente a él, exclamó: “¡Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios!”.

Había también allí algunas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas estaban María Magdalena, María, la madre de Santiago el menor y de José, y Salomé, que seguían a Jesús y lo habían servido cuando estaba en Galilea; y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén.

Era día de Preparación, es decir, víspera de sábado. Por eso, al atardecer, José de Arimatea -miembro notable del Sanedrín, que también esperaba el Reino de Dios- tuvo la audacia de presentarse ante Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús. Pilato se asombró de que ya hubiera muerto; hizo llamar al centurión y le preguntó si hacía mucho que había muerto. Informado por el centurión, entregó el cadáver a José.

Este compró una sábana, bajó el cuerpo de Jesús, lo envolvió en ella y lo depositó en un sepulcro cavado en la roca. Después, hizo rodar una piedra a la entrada del sepulcro.

María Magdalena y María, la madre de José, miraban dónde lo habían puesto.

Luz en mi sendero, domingo 17 de marzo de 2024. Domingo V de Cuaresma.

Saludos de los PP. Alvaro Sáenz Zúñiga y Miguel Picado Gatjens.

La hora ha llegado para Jesús, Salvador del mundo. Está a punto de echar sobre su hombro la herramienta de la redención. Con su entrega resultará autor de la nueva alianza y así su mensaje podrá ser conocido por todos. El Mesías, aceptando el dolor, podrá aprender, mediante el sufrimiento, el significado de obedecer. Sabe bien que, como grano de trigo caído en la tierra que es, debe asumir la muerte en juicio de la censura para dar fruto.

Las lecturas de hoy:

Libro de Jeremías 31,31-34.

Llegarán los días -oráculo del Señor- en que estableceré una nueva Alianza con la casa de Israel y la casa de Judá. No será como la Alianza que establecí con sus padres el día en que los tomé de la mano para hacerlos salir del país de Egipto, mi Alianza que ellos rompieron, aunque yo era su dueño -oráculo del Señor-.

Esta es la Alianza que estableceré con la casa de Israel, después de aquellos días -oráculo del Señor-: pondré mi Ley dentro de ellos, y la escribiré en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo.

Y ya no tendrán que enseñarse mutuamente, diciéndose el uno al otro: “Conozcan al Señor “. Porque todos me conocerán, del más pequeño al más grande -oráculo del Señor-. Porque yo habré perdonado su iniquidad y no me acordaré más de su pecado.

Salmo 51(50),3-4.12-13.14-15.

R. Crea en mí, oh Señor, un corazón puro.

  • ¡Ten piedad de mí, Señor, por tu bondad,
  • por tu gran compasión, borra mis faltas!
  • ¡Lávame totalmente de mi culpa
  • y purifícame de mi pecado! R.

  • Crea en mí, Dios mío, un corazón puro,
  • y renueva la firmeza de mi espíritu.
  • No me arrojes lejos de tu presencia
  • ni retires de mí tu santo espíritu. R.

  • Devuélveme la alegría de tu salvación,
  • que tu espíritu generoso me sostenga:
  • yo enseñaré tu camino a los impíos
  • y los pecadores volverán a ti. R.

Carta a los Hebreos 5,7-9.

Hermanos:

Cristo dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión. Y, aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer. De este modo, él alcanzó la perfección y llegó a ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen.

Evangelio según San Juan 12,20-33.

Entre los que habían subido para adorar durante la fiesta, había unos griegos que se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le dijeron: “Señor, queremos ver a Jesús”. Felipe fue a decírselo a Andrés, y ambos se lo dijeron a Jesús. El les respondió:

“Ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser glorificado.

Les aseguro que si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo; pero si muere, da mucho fruto.

El que tiene apego a su vida la perderá; y el que no está apegado a su vida en este mundo, la conservará para la Vida eterna.

El que quiera servirme que me siga, y donde yo esté, estará también mi servidor. El que quiera servirme, será honrado por mi Padre.

Mi alma ahora está turbada, ¿Y qué diré: ‘Padre, líbrame de esta hora’? ¡Si para eso he llegado a esta hora! ¡Padre, glorifica tu Nombre!”. Entonces se oyó una voz del cielo: “Ya lo he glorificado y lo volveré a glorificar”.

La multitud que estaba presente y oyó estas palabras, pensaba que era un trueno. Otros decían: “Le ha hablado un ángel”.

Jesús respondió: “Esta voz no se oyó por mí, sino por ustedes. Ahora ha llegado el juicio de este mundo, ahora el Príncipe de este mundo será arrojado afuera; y cuando yo sea levantado en alto sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí”.

Luz en mi sendero, domingo 10 de marzo de 2024. Domingo IV de Cuaresma. Laetare

Saludos de los PP. Alvaro Sáenz Zúñiga y Miguel Picado Gatjens.

La salvación no viene por nuestras buenas obras sino porque Cristo se entregó en la cruz por nosotros. Más bien nosotros habíamos fallado sustancialmente y merecíamos la muerte. Pero Dios, que nos ama intensamente, envió a su Hijo al mundo para librarnos de la muerte, incluso cuando todavía éramos pecadores. La salvación será nuestra si creemos en Cristo y sí, iluminados por él, vivimos una vida nueva. 

Las lecturas de hoy:

Segundo Libro de Crónicas 36,14-16.19-23.

Todos los jefes de Judá, los sacerdotes y el pueblo multiplicaron sus infidelidades, imitando todas las abominaciones de los paganos, y contaminaron el Templo que el Señor se había consagrado en Jerusalén. El Señor, el Dios de sus padres, les llamó la atención constantemente por medio de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada. Pero ellos escarnecían a los mensajeros de Dios, despreciaban sus palabras y ponían en ridículo a sus profetas, hasta que la ira del Señor contra su pueblo subió a tal punto, que ya no hubo más remedio.

Los caldeos quemaron la Casa de Dios, demolieron las murallas de Jerusalén, prendieron fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos. Nabucodonosor deportó a Babilonia a los que habían escapado de la espada y estos se convirtieron en esclavos del rey y de sus hijos hasta el advenimiento del reino persa. Así se cumplió la palabra del Señor, pronunciada por Jeremías: “La tierra descansó durante todo el tiempo de la desolación, hasta pagar la deuda de todos sus sábados, hasta que se cumplieron setenta años”.

En el primer año del reinado de Ciro, rey de Persia, para se cumpliera la palabra del Señor pronunciada por Jeremías, el Señor despertó el espíritu de Ciro, el rey de Persia, y este mandó proclamar de viva voz y por escrito en todo su reino: “Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor, el Dios del cielo, me ha dado todos los reinos de la tierra y él me ha encargado que le edifique una Casa en Jerusalén, de Judá. Si alguno de ustedes pertenece a ese pueblo, ¡que el Señor, su Dios, lo acompañe y que suba…!”

Salmo 137(136),1-2.3.4-5.6.

R. Que no me olvide de ti, ciudad de Dios.

  • Junto a los ríos de Babilonia,
  • nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión.
  • En los sauces de las orillas
  • teníamos colgadas nuestras cítaras. R.

  • Allí nuestros carceleros
  • nos pedían cantos,
  • y nuestros opresores, alegría:
  • «¡Canten para nosotros un canto de Sión!» R.

  • ¿Cómo podíamos cantar un canto del Señor
  • en tierra extranjera?
  • Si me olvidara de ti, Jerusalén,
  • que se paralice mi mano derecha. R.

  • Que la lengua se me pegue al paladar
  • si no me acordara de ti,
  • si no pusiera a Jerusalén
  • por encima de todas mis alegrías. R.

Carta de San Pablo a los Efesios 2,4-10.

Hermanos:

Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, precisamente cuando estábamos muertos a causa de nuestros pecados, nos hizo revivir con Cristo -¡ustedes han sido salvados gratuitamente! y con Cristo Jesús nos resucitó y nos hizo reinar con él en el cielo.

Así, Dios ha querido demostrar a los tiempos futuros la inmensa riqueza de su gracia por el amor que nos tiene en Cristo Jesús.

Porque ustedes han sido salvados por su gracia, mediante la fe. Esto no proviene de ustedes, sino que es un don de Dios; y no es el resultado de las obras, para que nadie se gloríe.

Nosotros somos creación suya: fuimos creados en Cristo Jesús, a fin de realizar aquellas buenas obras, que Dios preparó de antemano para que las practicáramos.

Evangelio según San Juan 3,14-21.

Dijo Jesús:

De la misma manera que Moisés levantó en alto la serpiente en el desierto, también es necesario que el Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos los que creen en él tengan Vida eterna.

Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.» El que cree en él, no es condenado; el que no cree, ya está condenado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.

En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas. Todo el que obra mal odia la luz y no se acerca a ella, por temor de que sus obras sean descubiertas. En cambio, el que obra conforme a la verdad se acerca a la luz, para que se ponga de manifiesto que sus obras han sido hechas en Dios.

Luz en mi sendero, domingo 3 de marzo de 2024. Domingo III de Cuaresma.

Saludos de los PP. Alvaro Sáenz Zúñiga y Miguel Picado Gatjens.

El templo debe ser purificado, pero no solo por el comercio que lo profana, sino porque habrá una nueva manera de relacionamos con Dios. La purificación lo desaparece y así surge el nuevo sitio para nuestro encuentro con Dios, es Jesucristo, Dios y hombre, que hace de nuestro cuerpo humano el nuevo templo. Ya no hay ley que interese, como no sea la de Cristo, la del amor, porque lo único que nos salva es Cristo crucificado, que resucitó.

Las lecturas de hoy:

Libro del Exodo 20,1-17.

Dios pronunció estas palabras:

“Yo soy el Señor, tu Dios, que te hice salir de Egipto, de un lugar en esclavitud.

No tendrás otros dioses delante de mí.

No te harás ninguna escultura y ninguna imagen de lo que hay arriba, en el cielo, o abajo, en la tierra, o debajo de la tierra, en las aguas.

No te postrarás ante ellas, ni les rendirás culto, porque yo soy el Señor, tu Dios, un Dios celoso, que castigo la maldad de los padres en los hijos, hasta la tercera y cuarta generación, si ellos me aborrecen; y tengo misericordia a lo largo de mil generaciones, si me aman y cumplen mis mandamientos.

No pronunciarás en vano el nombre del Señor, tu Dios, porque él no dejará sin castigo al que lo pronuncie en vano.

Acuérdate del día sábado para santificarlo. Durante seis días trabajarás y harás todas tus tareas; pero el séptimo es día de descanso en honor del Señor, tu Dios. En él no harán ningún trabajo, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo, ni tu esclava, ni tus animales, ni el extranjero que reside en tus ciudades. Porque en seis días el Señor hizo el cielo, la tierra, el mar y todo lo que hay en ellos, pero el séptimo día descansó. Por eso el Señor bendijo el día sábado y lo declaró santo.

Honra a tu padre y a tu madre, para que tengas una larga vida en la tierra que el Señor, tu Dios, te da.

No matarás.

No cometerás adulterio.

No robarás.

No darás falso testimonio contra tu prójimo.

No codiciarás la casa de tu prójimo; no codiciarás la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su asno, ni ninguna otra cosa que le pertenezca.”

Salmo 19(18),8.9.10.11.

R. Señor, tú tienes palabras de vida eterna.

  • La ley del Señor es perfecta,
  • reconforta el alma;
  • el testimonio del Señor es verdadero,
  • da sabiduría al simple. R.

  • Los preceptos del Señor son rectos,
  • alegran el corazón;
  • los mandamientos del Señor son claros,
  • iluminan los ojos. R.

  • La palabra del Señor es pura,
  • permanece para siempre;
  • los juicios del Señor son la verdad,
  • enteramente justos. R.

  • Son más atrayentes que el oro,
  • que el oro más fino;
  • más dulces que la miel,
  • más que el jugo del panal. R.

Carta I de San Pablo a los Corintios 1,22-25.

Hermanos:

Mientras los judíos piden milagros y los griegos van en busca de sabiduría, nosotros, en cambio, predicamos a un Cristo crucificado, escándalo para los judíos y locura para los paganos, pero fuerza y sabiduría de Dios para los que han sido llamados, tanto judíos como griegos. Porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres, y la debilidad de Dios es más fuerte que la fortaleza de los hombres.

Evangelio según San Juan 2,13-25.

Se acercaba la Pascua de los judíos. Jesús subió a Jerusalén y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas y a los cambistas sentados delante de sus mesas. Hizo un látigo de cuerdas y los echó a todos del Templo, junto con sus ovejas y sus bueyes; desparramó las monedas de los cambistas, derribó sus mesas y dijo a los vendedores de palomas: “Saquen esto de aquí y no hagan de la casa de mi Padre una casa de comercio”.

Y sus discípulos recordaron las palabras de la Escritura: “El celo por tu Casa me consumirá”.

Entonces los judíos le preguntaron: “¿Qué signo nos das para obrar así?”.

Jesús les respondió: “Destruyan este templo y en tres días lo volveré a levantar”.

Los judíos le dijeron: “Han sido necesarios cuarenta y seis años para construir este Templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?”.

Pero él se refería al templo de su cuerpo.

Por eso, cuando Jesús resucitó, sus discípulos recordaron que él había dicho esto, y creyeron en la Escritura y en la palabra que había pronunciado.

Mientras estaba en Jerusalén, durante la fiesta de Pascua, muchos creyeron en su Nombre al ver los signos que realizaba. Pero Jesús no se fiaba de ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba que lo informaran acerca de nadie: él sabía lo que hay en el interior del hombre.