Infamia contra un sacerdote.

La semana, iluminada por las aventuras de la Jornada Mundial de la Juventud que protagonizó el papa Benedicto XVI, entró el miércoles en nuestro país en una cañada sumamente oscura. La policía de Puntarenas detuvo a un sacerdote porque presuntamente estaría vinculado con una banda de narcotraficantes, a la cual financiaba con los fondos de la parroquia que administra.

El sacerdote, además de cura párroco de la iglesia catedral, es el vicario general de la diócesis, una persona que se caracteriza por la honorabilidad, la rectitud y la serenidad; de grandes proyectos, habilísimo negociador, serio y sumamente responsable. Es decir, no coincide el delito con la persona.

La noticia cayó sobre todos como un balde de agua fría. Al instante empezaron las especulaciones. En principio todos esperábamos que se tratara de un equívoco, pero los datos que daba la prensa, que actuaba esta vez como la peor de los verdugos, no dejaba lugar a dudas.

Menos de 24 horas después liberaban al Padre sin medias cautelares, y además pasaba su acusación de financiador de narcotráfico, porque consideraría prestar 20 mil colones a un feligrés suyo para ayudarlo en su apuro económico, a “estafa” (a pesar de que el párroco administra los bienes de su parroquia).

No es, pues, un equívoco, sino más bien un acto de barbarie policial, una mueca del peor gusto y las más graves consecuencias para una persona honorable. Es como soltar un puñado de plumas al viento y pretender recogerlas luego. En el gesto hay malas intenciones, mala voluntad y, por qué no, vestigios de lo que se podría considerar una orquestada campaña anticlerical.

No quiero ser especulador ni alarmista, pero diversos acontecimientos vividos en las últimas semanas nos tendrían que hacer pensar que no estamos en época normal. A los ojos de cualquiera es otro vestigio de ataque sistemático a un cura. Alguien tiene que pensar en esto, darle forma, porque la Iglesia ya no podrá tomar determinaciones en campos sensibles, porque sin duda será atacada y condenada sin juicio. Ojalá y el padre afectado pueda solucionar su problema, pero acaso mejor si la Iglesia entera abre los ojos y vea el riesgo que corren obras, acciones y pensamientos.

 

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