Yo ni corto ni “pinto”, pero, ¿no nos quema la soberbia?

La semana estuvo marcada por unos temblores pequeños, la no aparición de la niña extraviada, el hallazgo en México de un abusador de menores que estaba en fuga y que no es cura, pero sobre todo por la novela “Pinto”. Un amigo que aprecio me decía con dolor y verdad: “nos robaron la alegría”.

He pensado mucho en esto. Como sabe, lo futbolero me interesa poquísimo. Este año me atraparon quizá los éxitos de los nuestros, pero cayendo el crepúsculo del Mundial “la bola”, o como digo al P. Miguel: “el fútbol-bola”, volvió al lugar oscuro en que estará por lo menos cuatro años. Pero me irritan el purismo de costarricenses que refuerzan su estilo “light” y ahora quieren que todo sea hecho “con el mayor respeto y la absoluta y total consideración del otro”.  No soy afín a Pinto, pero sí a la aplicación del rigor para lograr resultados y allí radica mi malestar.

Al desarrollar ciertos proyectos nacionales, al buscar la excelencia, se han debido tomar decisiones fuertes. Un ejemplo delicado, en el cual estuve metido y en el que debimos forzar las cosas para que los afectados se serenaran y comprendieran que “soportar hoy” les traería beneficios incalculables mañana fue el nombramiento del director de nuestra Sinfónica Nacional en 1987. Muchos saben que el nombramiento fue providencia pero que la relación director-músicos no fue siempre “miel sobre hojuelas”. Al contrario, al principio hubo un polvorín que se debió sosegar. Urgía “pasar un puente”, saber posponer el bienestar personal para lograr lo que se quería: que la nuestra llegará a ser una de las mejores orquestas del Continente. Pero si todo se hubiera sido medido desde las quejas de algunos, nada habría pasado. Lo propio sucede con grandes deportistas, incluidas las Poll, que nunca habrían nadado un centímetro si hubieran satanizado el método y el estilo del que las entrenaba.

Esto pasa también en ámbitos más amplios. Para grandes resultados se necesitan grandes emprendedores, quien realiza y quien controla. Los más grandes maestros de arte o deporte son exigentes al milímetro, porque otra manera les impediría construir sus proyectos. Por otra parte, si para una gran orquesta, un gran ballet, un equipo deportivo, es muy importante el talento de cada sujeto, y en esto no hay duda, casi siempre ese talento debe ser sometido a gran “rigor”, no solo para la plenitud personal sino sobre todo para el trabajo en equipo. Cada talento personal es piedra en bruto. El escultor cincela la piedra para sacar de ella, decía Miguel Angel: “la figura que está  prisionera en ella”. Lo difícil será lograr el ensamble. Para eso se necesita presión. De ser validas estas nuevas “posturas” nadie habría permitido a Beethoven, sobre todo cuando lo atormentó su sordera, dirigir una sola de sus obras, ni a Toscanini, famosísimo director italiano, realizar sus legendarias interpretaciones, o al mismo Karl Böhm, de quien tengo incluso un testimonio en video. Gustav Mahler o Arthur Rubinstein habrían quedado fuera del mundo del espectáculo por la forma cómo “trataban” a sus colegas, sin mencionar a Sergiu Celibidache, celebre director de orquesta de origen rumano, maestro de Irwin Hoffman, cuyo mal carácter era mítico.

Y hoy se quieren aplicar suavidades y “blandengueses” al deporte. Señores y señoras, el deporte es campo de batalla, no jardín de rosas. En la competición los jugadores aplican herramientas ásperas y hasta soeces y bajas, acciones arteras, insultos, amenazas, irrespetos mutuos y hasta enfrentan un arbitraje miserable. No es mundo de armonía y color, porque ni siquiera en el arte se trabaja entre algodones, sino bajo una presión despiadada. Estuve sometido al rigor de los directores y yo mismo, quizá algunos piensen que estaba equivocado, sometí a los elencos, costara lo que costara, a esa vorágine inherente al arte, para lograr la excelencia. Acaso sea que los que hoy hablan no trabajaron bajo esta presión y exigencia del más alto nivel. Y si vuelvo al tema y estamos hablando de futbolistas, que por oficio “luchan a brazo partido en la cancha”, se me hace más inverosímil todavía la discusión.

Pero me preocupa notar como “estar a favor” o “en contra” de Pinto revivió los dos grupos antagónicos que nacieron en las elecciones y que esos grupos, cosa curiosa, coinciden en intereses con la tendencia a apoyar o rechazar políticamente ciertas cosas. Me pregunto si no es que nuestro amado país se partió ya en dos segmentos difíciles de cohesionar, y que las posiciones asumidas en el campo político coinciden también con ciertos gustos y apetencias. Porque no se trata de apoyar o rechazar a Pinto, qué interés tiene. Se trata de asumir o no que se aplique rigor para lograr metas. Yo no estaría a favor o en contra de ese señor, sólo sé que él logró las metas planteadas, que muchas personas que antes no lograban ser equipo lo lograron, y que vencieron incluso sus propias limitaciones culturales; sé que muchos que nunca dijeron una palabra ahora son abanderados de posiciones triviales. En el fondo mi temor es la sentencia de Jesús de saber entrar “por la puerta estrecha”. No sé.

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