De la Palabra de Dios… “Nadie se atrevió a preguntarle quién era porque sabían que era el Señor”.

606, 14 de abril del 2013

panes y pecesLas lecturas del domingo fueron excepcionalmente buenas. La primera es Hch 5, 27-41. El texto me pareció una síntesis maravillosa de la actualidad de la iglesia, sobre todo con el trabajo que hace el Papa Francisco. El otrora cobarde Pedro está, con los apóstoles, frente al mismo Sanedrín enfurecido y autoritario que meses antes tramó, compró, arresto y logró la condena de Jesús de Nazaret. Ante un Caifás iracundo, el sereno pescador responde la frase más importante del día: “hay que servir a Dios antes que los hombres”. Y luego se da el lujo de evangelizar a esa corte de mediocres, que negaban la resurrección. Les anuncia a Jesús muerto y resucitado, aplicándoles un kerigma invitándoles a la fe. Sella su declaración con la frase: “Testigo somos nosotros y el Espíritu Santo”.

El salmo 29 nos recuerda la noche Santa de la Pascua. Con ese salmo alabamos a Dios porque metió la mano en la historia para liberarnos nosotros de la muerte. Por ello repetimos una y otra vez: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado.

La segunda lectura, Ap 5, 11-14, es una celebración litúrgica. Están reunidos todos los creyentes, las criaturas del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del océano alaban a Dios y a aquel que también es Dios, al Cordero. Y a ese Cordero bendito se declara digno de recibir siete dones celestiales y cuatro gestos que surgen desde la tierra. La celebración es en torno al trono que está ocupado por Dios y compartido con el Cordero. Tengo para mí que ese trono es el altar, del que nosotros estamos en derredor, creo que los cuatro vivientes son precisamente el altar de la Palabra, que es la testigo y soporte de toda la celebración cristiana en torno al pan partido y compartido.

El evangelio es Jn 21, 11-19, la aparición junto al lago de Tiberíades. La escena es sugestiva. Creo ver un intento de Pedro de regresar a su condición de pescador, de artesano, de trabajador civil, en el que es seguido por otros seis discípulos de Cristo. La pesca es inútil y por la mañana Jesús los espera en la playa. Hay una pregunta curiosa de parte del Señor: les pregunta si tienen algo para comer. La respuesta es negativa pero Jesús les dice, como al inicio de los sinópticos, que echen de nuevo la red. Lo hacen en el nombre de Jesús y se produce una pesca milagrosa. Son 153 peces. Si fueran 144, 120, 70, 700, 1.200 peces, podríamos estar frente a una pesca simbólica que nos hablaría de la fecundidad en Cristo. Pero no. El número 153 significa 153, es decir, 153 peces. Juan reconoce a Jesús y se lo dice a Pedro y todos corren a la playa. Pero no reconocen a Jesús. Saben que el extraño personaje es el Señor pero no están ciertos. En la playa hay fuego y pan. Jesús ha preparado una comida de encuentro con ellos y usa el signo maravilloso del pan, ¿pan eucarístico? Sin duda alguna.

En la narración sentimos que Jesús, que ofrece pan que manifiesta su presencia, también nos pide que demos algo de nuestra parte, en este caso los pescados que ellos habían logrado recoger. Es como si dijera que Jesús no actúa solo, que él nos da algo pero que nos pide dar también a nosotros.

La Eucaristía es eso: un encuentro personal con Cristo. Es personal pero no individual, porque se debe vivir como Iglesia. En ese encuentro, en esa cena, Cristo pone el pan que su propio cuerpo. Nosotros ponemos todo lo demás. Y sea en el más robusto de los palacios, en la más preciosa de las basílicas, en la liturgia pontificia o en una playa, Cristo estará siempre con nosotros, dándonos la oportunidad de vivir y de fortalecernos en ese encuentro personal con él.

El trabajo sigue pendiente. El anuncio de la palabra de Dios debe ser realizado sin descansar. A los bautizados, nos toca hacerlo y hacerlo bien. Ojalá que terminen esos estira y afloja de las tendencias entre cristianos. Pero que se acaben los desatinos tradicionalistas que parecen querer encerrar a Cristo en jaula de oro, cuando Él nos mandó al mundo entero y anunciar la buena noticia del reino a toda la creación.

Con mi abrazo fraterno y cariñoso saludo a quienes lean estas letras lo hagan con paz, alegría y confianza, todo para la gloria de Dios y alabanza de su amor.

P. Álvaro

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